Salidas y entradas

Escribo ésto hoy, con el día del migrante de fondo, recordando con el alma encogida cómo me contó mi madre su exilio en un país extranjero, siendo niña, porque la situación aquí, en guerra, se volvía insostenible y se pensó en evacuar a todos los niños posibles de toda España. De cómo unos padres se despedían de sus hijos sin saber si se volverían a ver. De cómo unos niños se despedían de sus padres sin saber ni cómo ni por qué, tan solo que era por su bien, pero si su bien estaba con sus familias, sus compañeros de colegio y juegos, su barrio, su pequeño universo cálido y acogedor… Pasar mil penurias en aquel viaje en un barco espantoso con una enorme cruz roja en cubierta, con temporal en el Golfo de Vizcaya y con los nazis bombardeando. Y esos niños solos…
Luego se me ha ido el recuerdo a mi abuelo, otros tiempos, otras circunstancias, parece que aquí siempre hemos estado igual, crónicamente igual, otra crisis, otra necesidad. Unos tíos de mi abuelo envían al hijo mayor a Cuba, 14 añitos, una mano delante y otra detrás, consigue llegar vivo porque no sé qué mal le entró por el camino, pero salió adelante. Poco a poco se van yendo sus padres, los padres de mi abuelo y él, y pasa un buen tiempo allí, estudia y todo. Fueron volviendo algunos. Otros no volvieron.

Esta es una simple historia de una simple familia más de los miles y miles que podéis encontrar a nada que preguntéis. Y ahora ocurre otra vez, de nuevo el ciclo cruel de despojarnos de la esperanza y la supervivencia a inocentes por haber cumplido con el deber, en cualquier país, en cualquier lugar, de repente, nos lo quitan todo, un día amaneces y no tienes nada y no sabes ni por qué.

Piénsalo un poquito, tan solo un poquito, un minutito.
Piensa lo grandes que son las salidas y lo pequeñas que son las entradas.

 

puerta cerrada[1]

 

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