Brotes

Llega suavemente el otoño, con su dulce color de lo vivido, color de próximo pasado, de lo que será ausencia en los árboles, que guardarán como un tesoro su esencia adormecida para volver a vivir.

Huele a rojo y amarillo, a marrón, a castañas, a piñas en la hoguera, a naranjas, granadas y setas, a bufandas y mantitas, a calcetines, a abuelas, a calor, a casa.

Se van los pájaros, vienen otros, se van las hojas, otras nos cubren, como oleadas de vida, ajenas a nuestros pesares.

La naturaleza da lecciones de supervivencia constantemente, y si no nos bajamos del pedestal ni nos quitamos el abrigo de la soberbia, ni aprendemos que formamos parte de ella, que somos uno más, estaremos condenados a repetir errores cíclicamente, también. Solo que llevamos ya demasiadas oportunidades y se agotan los cartuchos de dispararse al pie.

Escribo todo esto porque mi jazmín, poco después de podarlo, ha echado dos brotes, y quiero pensar que es un mensaje, un aviso, un guiño de esperanza, y quiero aprender a ser naturaleza, aprender a adaptarme y sobrevivir como ella, ser brote.

Círculos

Me hubiera gustado trabajar de lo que estudié y ser una mujer independiente, pero mis padres nunca valoraron lo que hice. Luego tu padre no podía consentir que trabajara, porque podrían entender que no podía mantenernos. Luego ya era mayor…
Qué te gusta, no te gusta pintar? Tocar el piano?
Es que… Pero…
Lo que te pasa es que quieres hacer algo perfecto y deslumbrante, y no soportas hacer unos garabatillos para tí, para tu gusto y placer, aunque lo rompas después. Solo piensas en el resultado y solo admites un resultado: la perfección, y la perfección no existe, el mundo es imperfecto, tu y yo somos imperfectos, no se puede luchar contra la evidencia, vas a perder, te lo vas a perder todo,todo lo bueno que hay. Hay que admitirlo, asimilarlo, incluso disfrutarlo, disfrutar de todo al máximo.

Historia de una vida frustrada, una espiral asfixiante, un bloqueo mental de «peros» y «esques» que te llevan de vuelta al inicio, a depender, depender de lo que opinen los demás, de miedo a dar el paso, de la falta de decisión, de la anulación de toda una vida.

Placeres

Eran las 12 menos veinte, Mercedes se atusó el pelo, se lo recogió con una gomita, se colocó coquetamente un pañuelito tapando las canas que ya asomaban sin la menor piedad, se pintó una rayita en los párpados, se lavó las manos, se plantó la mascarilla cuidadosamente y se sonrió, porque se puede estar jodida, pero no hay por qué descuidarse. Como decía su abuela: «Hay que ir siempre arreglada. Nunca se sabe cuándo te puede atropellar un camión, y te tienen que operar de algo…»
Bajó en el ascensor con un papel para no tocar nada ni con los guantes.
Entró en el súper. Buscó a Paco con la mirada, qué difícil cuando todos llevaban tanta protección tapando las caras. Ahí estaba, delante de las fresas con su mirada luminosa por haberla encontrado también a ella. Le preguntó por señas si le gustaban, asintió, las cogió. Ella le enseñó una piña, él puso los ojos en blanco, la cogió. Fue a la sección de dulces, ella miró a los bombones de licor, él los cogió, ella buscó champán, él le guiño un ojo, ella lo cogió. Él le enseñó un bourbon, ella le hizo un 4 con los dedos, era el Four Roses, claro, ambos se rieron en la distancia, como chiquillos. Ella desapareció un momento, él la buscó intentando esquivar a las demás personas y mantener las distancias. Mercedes le esperaba en perfumería intentando encontrar su colonia favorita. Paco le hizo unas divertidas muecas para darle pistas, las carcajadas resonaron en el discreto silencio del establecimiento, poniendo la nota de color que tanta falta les hacía, a todos. Al final los demás clientes se habían dado cuenta de su juego y les miraban con un punto de ternura.
Se pusieron cada uno en una caja, para poder seguir mirándose, mientras esperaban, con la compra del otro, para poder comer y brindar y hasta sentir el aroma del otro.
Pagaron, se despidieron con la mano y la dulce y triste mirada del final de un momento mágico que no sabían si podrían repetir pronto.
Tiraron por caminos opuestos con esa sensación agridulce en el corazón que hace sentir calorcito y a la vez el frío de volver a la soledad y a la gran incertidumbre, pero también esperanza e ilusión.

Límites

-No me digas que esto no es irreal, no me digas que no piensas en lo surrealista de esta situación.

-Varias veces al día.
Por eso necesito evadirme todo lo que pueda, sin perder el contacto, pero relajando tensiones innecesarias, porque para qué, si total no puedo hacer nada, a parte de seguir las instrucciones para cuidarme y cuidar.

-Lo malo es Petrita, que no se cómo evolucionará, porque a estas edades le cuesta mucho más asimilarlo.

-Está teniendo una reacción bastante buena, pasado el estupor primero, y el intento de asustarse, que sofoqué en su origen, porque no me quiero imaginar aquí solas con una persona con ansiedad por costumbre. Lo que la he ayudado no está en los libros, qué fácil hubiera sido si se hubiera tratado a tiempo, descubrir que se puede cambiar de mentalidad si se quiere. Que todos esos pensamientos oscuros que parece que disfruta provocando, se pueden soplar como un mal viento. No son consejos para nadie ni experiencia para nadie. Es el caso que vivo y cómo intento ayudar, unas veces mejor y otras peor, pero cada «mejor», ponemos una barrera a la costumbre de entrar en barrena y acabar en drama, rompemos la costumbre de reaccionar de esa forma tan perniciosa para todos.

-Es que me parece increíble.

-Y a mi. Antes ni me lo hubiera planteado, ni me lo hubiera creído, que cambiando yo podría cambiarlo todo.

-No, ni yo, desde luego.

Rarezas

Todos somos raros, todos tenemos nuestras manías, nuestras paranoias, temores y afecciones. Me recuerda a los nombres de los cafés tradicionales en Málaga, hay 10. Y eso sin ponerle flores, cremas, lechugas y aditamentos varios, que entonces habría «cienes».
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Y eso es lo bonito, que haya mil rarezas, porque todos somos raros, únicos y especiales. Las rarezas agrupadas son lo que llamamos «normalidad», si varios de nosotros compartimos alguna rareza, lo llamamos «como dios manda», varios «como dios manda» hacen un «normal», varias normalidades son un «todo el mundo», varios «todo el mundo» son un «de toda la vida de dios», y no, no quiero. No quiero perderme nada de lo especial que teneis todos, porque no aprendo, y si no aprendo, y no comparto tampoco mis «defectos», para qué sirve un mundo así?
Eso es control, porque controlados somos más manipulables. La sociedad normalizada tiene que protegerse y defenderse ante la osadía del que se atreve a ser diferente, lo ven como una peligrosa amenaza. Por eso pretenden convencernos de que cobijarnos bajo un uniforme, una etiqueta, nos protege y hace felices, y afuera, ya se encargan de joderte la vida, a modo de escarmiento.
Con lo bonito que es lo diferentes y diversos que somos y cómo cada uno interpreta la realidad, su realidad, y cómo compartiendo las anormalidades aprendemos y nos enriquecemos en mente y espíritu. Pero eso sería libertad, disfrutar y empatizar, y no conviene.
Mira, mientras no nos hagamos daño, prefiero ser rara y me encantan vuestras rarezas.

Salidas y entradas

Escribo ésto hoy, con el día del migrante de fondo, recordando con el alma encogida cómo me contó mi madre su exilio en un país extranjero, siendo niña, porque la situación aquí, en guerra, se volvía insostenible y se pensó en evacuar a todos los niños posibles de toda España. De cómo unos padres se despedían de sus hijos sin saber si se volverían a ver. De cómo unos niños se despedían de sus padres sin saber ni cómo ni por qué, tan solo que era por su bien, pero si su bien estaba con sus familias, sus compañeros de colegio y juegos, su barrio, su pequeño universo cálido y acogedor… Pasar mil penurias en aquel viaje en un barco espantoso con una enorme cruz roja en cubierta, con temporal en el Golfo de Vizcaya y con los nazis bombardeando. Y esos niños solos…
Luego se me ha ido el recuerdo a mi abuelo, otros tiempos, otras circunstancias, parece que aquí siempre hemos estado igual, crónicamente igual, otra crisis, otra necesidad. Unos tíos de mi abuelo envían al hijo mayor a Cuba, 14 añitos, una mano delante y otra detrás, consigue llegar vivo porque no sé qué mal le entró por el camino, pero salió adelante. Poco a poco se van yendo sus padres, los padres de mi abuelo y él, y pasa un buen tiempo allí, estudia y todo. Fueron volviendo algunos. Otros no volvieron.

Esta es una simple historia de una simple familia más de los miles y miles que podéis encontrar a nada que preguntéis. Y ahora ocurre otra vez, de nuevo el ciclo cruel de despojarnos de la esperanza y la supervivencia a inocentes por haber cumplido con el deber, en cualquier país, en cualquier lugar, de repente, nos lo quitan todo, un día amaneces y no tienes nada y no sabes ni por qué.

Piénsalo un poquito, tan solo un poquito, un minutito.
Piensa lo grandes que son las salidas y lo pequeñas que son las entradas.

 

puerta cerrada[1]

 

Enferma de toda enfermedad

¿Sabes qué me falta? Un ictus, mira que si me da un ictus como a Carmina…
Es lo que me faltaba a mí, pobre cuidadora de una hipocondríaca con la mejor salud que se pueda uno imaginar, pero que a diario inventa síntomas, desarrolla diagnósticos y se automedica, enferma y se cura y vuelta a empezar.

Me da auténtico miedo que hable con alguien de salud, que es su conversación favorita, claro, porque ahí va a llegar triunfal su nuevo mal, real o inventado, porque se inventa cosas que aún no han sido descubiertas por la medicina humana.

Le hablaba a una prima, con un terrible tumor en la cabeza, terminal, de sus dolores de cabeza.
A una amiga que estaba enfermísima y que casi no podía andar, de sus dolores de piernas propios de la edad.
A otra con grave enfermedad ocular, de que veía mal por las cataratas.
El terror de las salas de espera, vamos. Ella más, ella mejor y más enferma de todas las enfermedades. No se por qué aún no la ha mandado nadie al quinto infierno, qué buena es la gente.

Solo nos faltaba un ictus, mira, de eso no tenemos. Me va a dar cualquier día, ya veréis

Pereza

Dulcemente deslizo la mirada sobre el post de Divagacionistas invitando a participar en la nueva convocatoria, y suelto un ¡je! porque me haría mover más de 2 neuronas y no me apetece mover nada, ni pensar, ni mirar, ni oír, ni recordar, ni olvidar qué estaba haciendo, seguro que nada, porque no me apetece ni hacer nada, la nada cansa, nadar, ni te cuento. Pensar es de cansaos, porque pensar cansa y vale que no te aburres, pero cansa. Y no tengo ganas de cansarme, y ya pensaré mañana, cuando vuelva al despacho y tenga que… Uf, no, para, que te embalas. Bueno, venga, y si me tomo una cervecita? Jo, lo lejos que está la nevera, mira que ponerla tan lejos de la habitación… La nevera tendría que estar en un territorio neutral, a la misma distancia desde cualquier lugar de la casa, debe ser como un vórtice pero de placer digestivo, creo que alguien dijo que es el ombligo de la casa, nunca mejor dicho.

La de chorradas que se puede uno llegar a inventar para no hacer algo, esas zancadillas mentales como las que me estoy pegando ahora. Y encima no se si me estoy cansando.

Me tendría que ir, me esperan, ni con un bulldozer me levanto, ofuf qué pereza me da la situación, la gente, el sitio, y tener que arreglarme y caminar para ver a esta gente y su estúpida fiesta de despedida donde desperdiciaré lo poco que me queda ya del descanso haciendo cosas estúpidas con gente estúpida en un sitio estúpido, y que ojalá no los vuelva a ver jamás, porque saldría huyendo.

Me doy la vuelta y vuelta en el sofá mientras suena la marcha imperial.

162310_la-pereza-no-es-un-pecado-tan-malo